Alrededor del siglo III a. c., la galleta apareció en Roma como un delgado bizcocho debido a su escasa humedad en comparación con la del pan o la de un pastel.
Los romanos para ablandarla, solían mojarlas en vino.
Pero fueron precisamente esta dureza y firmeza lo que le dio a las galletas la denominación onomatopéyica de craken en inglés antiguo, cuya traducción literal significa “resonar”.
Más tarde es convertida en el popular cracker, que en su concepto está mucho más cerca de las galletas moderna a la que más se parecía a las romana.
Las galletas proceden de 10.000 años atrás, momento en que se descubrió que una especie de sopa de cereales, sometida a un intenso calor, adquiría una consistencia que permitía transportarla por largas travesías sin que se deteriorara en el trayecto.
Así, sirvió de alimento en la época de Asirios y Egipcios, cuando las legiones romanas las introdujeron entres sus provisiones habituales las galletas pasaron a tratarse como un alimento vulgar.
En la Edad Media obtuvieron su nombre como tal, ascendieron a las cortes europeas, aderezadas con sabores y aromas.
Con el paso del tiempo las galletas se fueron extendiendo y fue a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX cuando comenzó en Europa su proceso de industrialización y la consecuente producción masiva.
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